Hace dos semanas lo volví a intentar, pero estaba cayendo tal manta de agua, que ni me atreví a salir de casa.
La semana pasada lo tenía entre ceja y ceja, pero mi querida suegra amenazó con venir de visita, con lo que mi señora esposa me condenó a "arresto domiciliario" sin posibilidad de salir; claro, al final ni vino, ni pude irme
Ayer por la tarde, nuevo intento; pero a mi hijo mayor, que iba a venir conmigo, se le cruzaron los cables y no le apateció.
Así que esta mañana le he sacado de la cama a las 5:30 -cabezón que es uno- y, sin encomendarnos a Dios ni al diablo, nos hemos puesto en marcha. A las 9 estábamos junto al refugio de la Mina con 15 grados y cielo azul con algún hermoso borreguito blanco. Vamos, todo perfecto.

Así que pim-pam, pim-pam, empezamos a subir por el barranco de Acherito y, en seguida, por el barranco de las Foyas (con perdón), rodeados de agua por los cuatro costados:


Entre un paisaje espectacular, seguimios subiendo (y subiendo, y subiendo...); el monte, verde, verde y el cielo, azul, azul:

Yo me las prometía muy felices: "de hoy no pasa, vamos a ver ese precioso ibón", decía para mis adentros mientras cruzaba esta réplica a escala 1:40.000 de las gradas de Soaso:

En esto que veo al montañero jefe de la excursión con semblante moderadamente preocupado; es que el azul del cielo.. ya no es tan azul, sino más bien de un tono gris plateado...

Al señor Castillo d'Acher, que había empezado la mañana muy sonriente, se le veía ahora algo de cara de enfadado:

Y pasó lo que tenía que pasar. No está de Dios que yo visite este ibón, está claro. De repente se ha puesto a llover como no veía desde hacía años. Menos mal que íbamos preparados para el agua, porque nos ha caído una de mil demonios. Media vuelta, qué se le va a hacer. Pero no sólo lluvia, qué va, eso hubiera sido poco cruel... Inmediatamente empezaron a caer rayos, truenos y centellas (bueno, centellas no, pero da más dramatismo al relato), y mi hijo se puso a gritarme: "Papá, tira los bastones, que pueden atraer a los rayos". Lo que me faltaba; entonces me he acordado del reciente post sobre las tormentas y me he dado cuenta de que la única solución era enterrarse 20 metros bajo tierra. Aún me estaba pensando con qué ponerme a excavar cuando ha empezado a granizar. Pedruscos como bolas de billar. ¡¡Joder, que ya me estoy yendo !! -le he gritado a no sé quién, mirando al cielo-. Así que hemos bajado echando leches -sin bastones, claro, bien guardadicos en la mochila- antes de que se formara un huracán de fuerza cinco.
Ni qué decir tiene que, al llegar al
Pero bueno, para olvidar las penas, nada mejor que acercarse al valle de al lado y comerse las mejores migas del mundo (no digo el sitio pero, si alguien tiene interés, que me pregunte por privado que le informaré encantado).
Y vuelta a casa a pensar la fecha del próximo intento.






