Siguiendo el periplo por tierras turolenses el viernes pensaba ampliar mi incursión a los Puertos de Beceite pero el cambio en la meteo la noche anterior en forma de carretera helada me obligaron a tirar de plan B, así que echando un ojo a los mapas y nuevos senderos balizados de la Red natural de Aragón me calcé las botas en busca del Puente natural de Fonseca en las Hoces del Guadalope, algo totalmente desconocido para mí.
La ruta comienza en el barrio de La Algecira, perteneciente al pueblo de Ladruñán (entre ambos no más de treinta vecinos y excepcional área de tiempo detenido enclavada en los bancales más altos que no llegó a engullir la construcción del pantano de Santolea, y sobre la que pende, inexorable, la guadaña de la despoblación) y forma parte, además, del GR-8.
El recorrido discurre siempre paralelo al río Guadalope, siguiendo las características marcas roja y blanca, por su orilla derecha en un primer tramo para ir cogiendo altura a media pared según se encajona aguas arriba, y aumentando así su espectacularidad en cuanto entramos en las Hoces.
El bosque de ribera que nos acompaña durante buena parte del itinerario es fresco y fragante, abundando el romero y los avellanos.
En algo más de una hora pasamos junto a las ruinas de la Masía de la Fonseca. Me acerco al cartel explicativo que hay en las inmediaciones pero está completamente velado por el sol, aún así no me cuesta mucho imaginarme el lugar en otros tiempos, con las monótonas dentelladas de la sierra de mano rasgando los troncos secos (aún queda alguno de los últimos montones que quedaron abandonados para siempre) o el chapoteo de los niños en las tardes de verano sobre un río que se marchó corriente abajo como sus propias vidas…
Continúo el sendero y enseguida cruzo sobre la curiosidad natural del Puente de Fonseca.
El caudal es elevado así que aunque consigo bajar hasta la orilla no logro ver el otro lado del túnel por el que se cuela un embravecido Guadalope. Os pongo el panel explicativo del fenómeno en el que se aprecia mejor el paso.
El camino prosigue más allá del puente pero prefiero dejarlo para otra ocasión. El viento pasa de largo por encima de los cortados y el sol calienta en su justa medida para poderlo aprovechar acostado en una pequeña pradera que he visto unos metros antes de la Masía…
Y allí que me voy a disfrutar del almuerzo y a diluirme junto al silencio de las sierras dormidas y al eco de veranos lejanos que para siempre se fueron.
Un saludo





